El Universal: Más Relevantes

miércoles, 11 de enero de 2012

Un artículo de mi padre, Eduardo Hurtado, sobre Enrique Peña Nieto


                     
                                                                                                                

El Golem / Eduardo Hurtado Montalvo


… a pesar de tan alta hechicería,
 no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
 Jorge Luis Borges, “El Golem”


México vive uno de los momentos más peliagudos de su historia. A más de cinco años de la guerra declarada sin reflexión ni cálculo por Felipe Calderón, el número de muertos resulta ominoso. La responsabilidad de los ciudadanos de cara a los comicios de este año es mayúscula: elegir al encargado de llevar adelante las políticas necesarias para recomponer el camino.
Uno de los principales candidatos es el producto de una campaña coordinada por los poderes fácticos, con Televisa al timón. Atenta al modelo foxista (que consistió en llevar a cabo una precampaña intensiva durante seis años), a partir de 2007 la cadena televisiva se ha encargado de poner en primer plano la figura de un joven priísta de viejo cuño, Enrique Peña Nieto, ex gobernador del Estado de México. La herramienta principal, junto a los spots disfrazados de noticias y las noticias configuradas como spots, han sido las encuestas. Desde entonces “el apuesto y muy eficaz político mexiquense”, según reza el perfil más socorrido, no cesa de sacar ventaja en las preferencias de los mexicanos.
El hombre fuerte del PRI es un mito diseñado y difundido desde las pantallas. Ante la falta de acciones distintivas, ciertos hechos recientes (la selección adecuada de su sucesor en el gobierno del estado y el consecuente triunfo de su partido en las elecciones) se han publicado como ejemplos de virtuosismo. Exiguas muestras, si lo que buscan es dar cuenta de las destrezas de un político que se vende como excepcional.
Como sea, la perseverancia en la estrategia ha dado frutos: durante años, millones de mexicanos se han mantenido en la certeza de que si un líder encarna la posibilidad de un gobierno “ordenado”, ese es elheredero de Arturo Montiel y el grupo Atlacomulco. Para sostener tal esperanza, sin embargo, es preciso olvidar muchas cosas ―Atenco, por ejemplo, ese episodio en el que la administración de Peña impuso el orden al más rancio estilo autoritario: a punta de catorrazos y vejaciones. Las expectativas de los peñanietistas no parecen fundarse en hechos verificables. Si alguien le pidiera a un puñado de adeptos referir una acción o una frase destacadas del susodicho, el rubro “No sé” alcanzaría un porcentaje inexplicable.
Atenido a las aclamaciones de sus promotores, el candidato resplandeció en los escenarios políticos sin necesidad de un discurso. Le alcanzó con recitar unas pocas líneas más o menos trilladas, con cadencia, ademanes y léxico de político setentero. Pero la circunspección ha dejado de ser alternativa para él, dada la enorme demanda de puntos de vista sobre los más variados temas que hoy está obligado a enfrentar. Y ha sucedido lo ineludible: el original no empata con el simulacro.
En la FIL Guadalajara 2011, durante la presentación de uno de esos proyectos para la construcción de un nuevo México que acompañan a todo presidenciable, un reportero del diario español El Mundo le lanzó una pregunta muy básica, que para el mexiquense resultó venenosa: puesto que estamos en un espacio dedicado a los libros, mencione usted tres que hayan influido en su vida. Titubeante, el Licenciado comenzó por mencionar, no sin cierto desparpajo, La Biblia. “No toda, por supuesto”, explicó de inmediato, bajo el reclamo insidioso de su mala conciencia.
Lo que siguió fue peor: incapaz de obtener “algo” de los archivos vacantes de su memoria, ensayó traer a cuento un par de títulos de cierta actualidad, sin atinar a nombrarlos de manera correcta y sin poder referir la identidad de sus autores. El episodio se prolongó durante varios, agónicos minutos. El hombre resbalaba como caballo en un iceberg, farfullaba desconcertado, miraba el piso y luego el techo con ojos de espanto, mientras las risas de los asistentes oscilaban entre la mofa y el nerviosismo.
Horas más tarde la escena circulaba por las redes sociales, condimentada con todo género de chascarrillos sangrientos. Para los millones de mexicanos que no tienen acceso a Internet el asunto ha quedado, gracias al empeño invertido en paliar la ignorancia y la falta de reflejos exhibidas, en un hecho anecdótico. Para quienes hemos atestiguado el realismo casi obsceno del video, el derrapón dice más: don Peña no pudo transportar, a su memoria primero y a sus labios después, tres títulos de la literatura universal.
¡El Rey va encuerado! El hallazgo se propaga a velocidad cibernética.
Los impulsores del espejismo peñanietista se han prodigado en excusas. Leer, arguyen, está sobrevaluado. Que un político rehuya tan prescindible actividad no tiene por qué perjudicar el desempeño de su labor. Por lo demás, agregan, dado que la inmensa mayoría de los mexicanos no lee, aquellos que se han echado en montón a ridiculizar la ignorancia del priísta, iletrados ellos mismos, carecen de autoridad para criticarlo.
El primer alegato merece una reflexión aparte. El segundo es un sofisma: que los mexicanos conformen una de las naciones menos lectoras del planeta es un hecho que en gran medida responde a las deficientes políticas educativas de sus gobiernos. Lo menos que puede hacer un pueblo que ha sufrido una calamidad así, es pedir que quien aspira a gobernar y representar al país entero tenga otra formación ―y un interés razonable en la enseñanza y la cultura. Las peripecias de Peña en Guadalajara exhibieron a un sujeto del que puede afirmarse todo lo contrario. No es de asombrar entonces que millones de ciudadanos de las más variadas condiciones (pirrurris, clasemedieros, proletarios, ígnaros, alfabetizados y hasta doctos), hayan tenido el impulso de traducir en clave humorística una demostración tan deplorable.
En cuanto al primero de los razonamientos esgrimidos por los abogados del gobernante inculto, vale preguntarse: ¿de verdad no importa que un político ―y algo más: el aspirante a la presidencia de un país democrático― no lea? Porque, hay que admitirlo, el señor Peña quedó exhibido y confeso: no es que haya leído poco, ni que sus lecturas se circunscriban a ciertos temas… Es que no lee. Desde luego, no se trata de exigirle a los más altos dignatarios de nuestra clase política que en el desempeño de sus obligaciones muestren alguna familiaridad con el arte, la ciencia o la metafísica. Se trata sólo de que en su visión de las cosas asome un cierto trato con las ideas.
“No tengo tiempo para leer”, arguyó el candidato en plena crisis de inopia intelectual. Quien así se revela deja ver un íntimo convencimiento de que la cultura no aporta utilidad alguna, que la comprensión de los conflictos de un país no exige ninguna sutileza. Y sin embargo, la realidad más inmediata parece apuntar en un sentido distinto. Otro gallo nos cantara hoy mismo si Felipe Calderón tuviera la capacidad de matizar ideas, si tuviera la sensibilidad necesaria para escuchar los argumentos de aquellos que le piden de múltiples maneras reconsiderar su estrategia de combate al crimen… ¿Cómo llevar el tema de la lucha contra el narcotráfico a un terreno que supere el enfoque maniqueo de los buenos contra los malos, si la idea que se tiene del mundo ocurre en blanco y negro? ¿Cómo entender problemas complejos cuando se carece de una mínima formación humanista y, en consecuencia, de la variedad de perspectivas que contribuyen a configurar una visión amplia de los conflictos?
Es verdad que la lectura de algunos títulos del pensamiento universal no es garantía de que un político actuará con visión de estadista, pero no haberlos leído sí garantiza que ese político no actuará como un hombre de Estado. Este es el trasfondo de las declaraciones deCarlos Fuentesa la BBC:

“Este señor [Peña] tiene derecho a no leerme. A lo que no tiene derecho es a ser Presidente de México a partir de la ignorancia… Los problemas exigen un hombre que pueda conversar con Obama, Angela Merkel o Sarcozy, y no es este el hombre capaz de hacerlo.”

La inconveniente intervención de Paulina Peña en pleno Guadalajaragate ha evidenciado otras dolencias. Indignada, la joven retuiteó, sin pensarlo, el mensaje de su novio en contra de quienes hacían escarnio de su padre, cosa razonable y hasta meritoria, de no ser porque el mensaje original venía sembrado de implicaciones clasistas: “Un saludo a toda la bola de pendejos, que sólo forman parte de la prole y sólo critican a quien envidian.” La actitud de la chica obliga a pensar en su entorno más próximo, el cual, por más que uno quisiera pasar por invidente, incluye a su progenitor.
Se podría alegar que es rigorista juzgar a Peña por esta opinión de su hija. No hay que olvidar, sin embargo, que a menudo se le pide a los ciudadanos trasladar a la figura de los políticos ciertos valores encarnados en sus parientes más cercanos. Tan legítimo como pensar en la buena cepa del funcionario que aparece en las fotos o las pantallas rodeado de su hijos modositos y su hermosa mujer, resulta sacar conclusiones respecto a los puntos de vista de ese mismo individuo cuando uno de los suyos exhibe una conducta discriminatoria. No es exagerado especular, luego de conocer la opinión del novio y el posterior aval de la joven Peña, que ella suele escuchar expresiones semejantes: “Es que la prole no entiende de otro modo”, por ejemplo.
El tema se vincula con un nuevo eslabón en esta cadena de equivocaciones: el olvido, por parte del flamante candidato, del monto del salario mínimo. ¿Lo conoció en algún momento? ¿El tema le parece irrelevante, un asunto propio de amas de casa? El día en que obtuvo su registro como aspirante único de su partido a la presidencia, Peña intentó borrar con una sola frase la incultura y la falta de recursos exhibidos en la FIL:

“Puedo confundir los nombres de los escritores, pero no me olvido de la pobreza.” Dado que la pifia del salario mínimo había ocurrido ya, bien pudo agregar: “No sé cuánto gana la prole, pero no me olvido de su miseria.”

Los graves desatinos de Peña Nieto han puesto en jaque a todos aquellos que se lanzaron a crear un Golem a la altura de sus ensueños, obsesionados con la idea de hacerlo presidente. Quisieron endilgarle a la criatura cualidades prodigiosas: inteligente, sagaz, dueño de un inusual instinto político y de la más alta formación académica. A los primeros pasos, el muñeco se derrumba. “Descúbrenos el camino”, le exigen. Y el infeliz se enreda, lo mismo en castellano que en inglés. Antes de que inicien siquiera las campañas, sin haber enfrentado las interpelaciones de sus adversarios ni la exigencia de los sectores ciudadanos más críticos, el hombre se ha convertido en el hazmerreír de millones, lo que ya indica un serio principio de duda entre los futuros votantes.
¿Y ahora? Los cabalistas desesperan al constatar las insuficiencias de su penoso hijo. Nada que hacer: el partido lo ha lanzado sin considerar la opción de un colapso ―y ya no hay tiempo para sacar la pata. No les queda más que fiarse al poder de sugestión de sus aliados mediáticos. Estos, ni que dudarlo, intentarán sostener durante los próximos meses que, a pesar de la opinón injusta de las biliosas mayorías, el Licenciado Peña se mantiene en la cumbre de las encuestas. Al fin y al cabo, desde su obtusa perspectiva los ciudadanos acaban por preferir lo que ellos mismos, animadores y gacetilleros, les dicen que prefieren. México, de ser así, tendrá en Los Pinos al Candidato de las Estrellas. Sin embargo, aún quedan espacios para el disenso: Internet y las redes sociales parecen abrir pistas favorables a la reflexión y a la posibilidad de que los mexicanos pensemos muy en serio lo que representaría el triunfo de un individuo que enseña incompetencias tan alarmantes.

lunes, 14 de noviembre de 2011

El artículo de Germán Martínez. Metáfora de la administración panista

Crónica de un harakiri anunciado
Juan Miguel Hurtado

Yo entiendo la política como una herramienta esencialmente administradora (de las relaciones humanas entre sí, de los humanos frente a la naturaleza, frente a instituciones, frente a amenazas, frente a poderes, etc). Visto así, es imposible decir que la política puede ser en esencia mala; más bien, como cualquier otra herramienta, se nos presenta como algo que puede implementarse bien o mal.

Pese a mi flaco entendimiento tanto de las ciencias administrativas como políticas, intuyo que todo político debe plantearse lo más primario: análisis, previsión, planeación e implementación; añadiría a esto la capacidad de escuchar y la sensibilidad para adaptar el plan original frente a los inevitables retos con los que siempre nos sorprende la realidad.  Para eso tienen equipos de trabajo, para prever las consecuencias de sus acciones, abrir todo el abanico de posibles escenarios (desde el más positivo hasta el más funesto) y poder tomar así la mejor decisión posible. Considero pues, que esto es el cimiento para que exista una administración exitosa, y por ende una buena política.

En su artículo de opinión, publicado el día 14 de noviembre de este año en el periódico Reforma, Germán Martínez se mostró indiferente ante estas reglas básicas de la buena política. En resumidas cuentas, dio por ganador al PAN en Michoacán, según él mismo confiesa, teniendo como única base números “todos del Partido Acción Nacional”, y tras advertir que “deberemos esperar [...] a los resultados electorales oficiales”, se refiere a Luisa María Calderón como “la primera gobernadora panista”. A continuación, sin hacer caso de sus propias advertencias, se dedica a comentar las  implicaciones del triunfo en Michoacán, y hasta aprovecha para lanzar algunos dardos a otros partidos. Todo bien, es incluso un artículo bien pensado, estructurado y certero... Sólo que hoy que fue publicado, ya con el 100% de los votos computados, el PREP arroja una victoria para el PRI.

Su falta de buena política le aplicó una llave de judo: al arrojar argumentos inteligentes y contundentes, pero sin sustento, éstos se volvieron con la misma fuerza en su contra. Fue como intentar un saque as practicando contra la pared. Las consecuencias de su adelantada opinión no fueron calculadas por el ex presidente del blanquiazul, quien, a pesar de lo que dice, claramente nunca tuvo en mente la posibilidad de la derrota. El resultado es que ahora sus argumentos no sólo pierden relevancia y validez, sino que, aquellos que permanecen, sólo sirven a la contra.

Mi intención no es vapulearlo, pues nada ganaríamos de ello. De hecho Germán Martínez no tiene hoy ningún cargo público, por lo que hacerle una crítica, aunque fuera constructiva, no pasaría de lo anecdótico. Lo que no deja de ser relevante es que, a pesar de que expresó estas ideas en un artículo de opinión y no como una declaración “oficial”, Germán no deja por ello de ser político, y además alguien que tuvo mucho peso durante la actual administración. De hecho, si su palabra no tuviera ninguna implicación en la política no contaría con ese espacio en el Reforma, pues precisamente radica en ello su principal atractivo como columnista de opinión.

Por estas razones, y porque se barajó como uno de los posibles para ocupar la Segob, su escrito resonó en mi cabeza como una metáfora de cómo ha funcionado toda la actual administración panista: plagada de ideas fijas, de cálculos fallidos frente a las consecuencias de sus acciones, con una nula capacidad de adaptación frente a la realidad, sin capacidad de previsión y, por lo mismo, un ejemplo de la mala política.
Repasemos pues, con esta intención metafórica en mente, cómo se reformulan todos los argumentos iniciales de Germán Martínez.
  • “No es extraño para Michoacán una victoria del PAN”, y a continuación una larga serie de razones, ahora irrelevantes.
Sin importar quien gane al final las elecciones (la diferencia del PREP es de alrededor del 2%), nadie regresará a leer el artículo para ver si ahora tiene razón.

  • "Tampoco es rara la participación activa de la mujer michoacana” y ahora el triunfo de “la primera gobernadora panista”, lo que él atribuye además a un avance contra la cultura machista de su estado.
El argumento se mantiene parcialmente, pues aunque el hecho de que hubiera una candidata a la gubernatura ya lo respaldaba, la derrota de Luisa María Calderón hoy lo debilita.
  •  “Tierra fértil para la victoria panista siempre la hubo. Faltaba el impulso social provocado por Luisa María Calderón. A ella se debe, indiscutiblemente, el mérito en esta contienda exitosa”.  
Aseveración que ahora pone todo el peso de la aparente derrota sobre los hombros de la candidata.
  • “Independientemente del resultado electoral definitivo, la lucha del presidente Calderón contra los uándijpiri -como se dice criminal en purépecha- obtuvo un fuerte aval”.
Este argumento, sin importar si es veraz o no, se ve lapidado por el mismo Germán cuando, sin saber aún los resultados, añade: “La oposición al presidente de la República planteó una campaña electoral en términos de referéndum a esa lucha contra la delincuencia”, y más adelante, “Una fuerte derrota panista y un triunfo perredista hubieran sido entendidos, por los adversarios a Calderón, como un descalabro del Presidente en el terreno de la seguridad pública”.
Ya podemos entender, gracias al propio Germán, la elección como un descalabro para Calderón.
  •  “En el PRD [...] No tienen acreditada la tradición democrática de reconocer las derrotas electorales propias.”
Esperemos que Germán reaccione en dirección contraria. Confío en que así será, pues incluso asegura: “todo mundo sabe que el PAN acatará, responsablemente, una vez más, los resultados electorales que definan las instituciones michoacanas y federales”.

Como dije, para mí esto refleja perfectamente la reciente política panista: buenas intenciones enterradas tanto por una muy cuestionable capacidad de previsión y planeación, como por su propia ceguera ante la realidad.  Y es que lo que ha caracterizado a los dos presidentes panistas, a mi gusto, ha sido su inquebrantable terquedad. Fox, muy en su estilo, diría que “no hay que cambiar de caballo a la mitad del río”; Calderón, muy en el suyo “si tuviera que luchar con piedras [frente a arsenales completos y organizaciones criminales bien estructuradas] lo haría”. Lo de menos son las consecuencias, las bofetadas de la realidad, el chiste es aferrarse al plan original.

El problema es que el cálculo costo/beneficio les sale mal con demasiada frecuencia. En el caso de este artículo en específico, salen embarrados al menos el propio Germán Martínez, los michoacanos (¿machistas?), el Presidente y  la propia candidata. La mala noticia para los mexicanos es que cuando se trata de la capacidad administrativa federal hemos salido manchados todos, y no en pocos casos salpicados de sangre.

Termino ahora sí con una crítica constructiva. Señores, por favor regresen a la buena política: consideren todas las posibilidades, hasta las peores, antes de tomar acciones; si se equivocan, tengan a la mano soluciones, manténganse abiertos y sensibles para poderse adaptar a la realidad.